agosto 09, 2012

-"¿Habéis experimentado alguna vez la monstruosa satisfacción de mirarse en un espejo después de haber pasado innumerables noches en vela? ¿Habéis soportado la tortura de los insomnios en los que se percibe cada instante de la noche, en los que estamos solos en el mundo y sentimos que vivimos el drama esencial de la historia; esos instantes en los que ni siquiera ella tiene ya la mínima significación y deja de existir para nosotros, pues notamos que se elevan en nuestro interior llamas terribles: esos momentos en los que nuestra propia existencia nos parece ser la única en un mundo nacido para vernos agonizar —habéis experimentado esos innumerables instantes, infinitos como el sufrimiento, en los que el espejo refleja la imagen misma de lo grotesco? En él aparece una tensión final, a la cual se asocia una palidez de encanto demoníaco —la palidez de quien acaba de atravesar el abismo de las tinieblas. ¿Esa imagen grotesca no surge, en efecto, como la expresión de una desesperación con aspecto de abismo? ¿No evoca el vértigo abisal de las grandes profundidades, la llamada de una infinitud abierta dispuesta a devorarnos y a la cual nos sometemos como a una fatalidad? ¡Qué agradable sería poder morir arrojándose al vacío absoluto! La complejidad de lo grotesco reside en su capacidad de expresar una infinitud interior, así como un paroxismo extremo. ¿Cómo podría éste, pues, objetivarlo cono contornos claros y netos? Lo grotesco niega esencialmente lo clásico, de la misma manera que niega toda idea de armonía o de perfección estilística. Que lo grotesco oculte con mucha frecuencia tragedias que no se expresan directamente es una evidencia para quien conoce las formas múltiples del drama íntimo. Todo aquel que haya visto su rostro en su hipóstasis grotesca no podrá volver a mirarse, pues se tendrá siempre miedo a sí mismo. A la desesperación sucede una inquietud llena de tormentos. ¿Qué hace, pues, lo grotesco, sino actualizar e intensificar el miedo y la inquietud?" E.M.C

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